El archipiélago de las Islas Perdidas |
En este
mapa se puede ver el escenario donde transcurren las aventuras y desventuras de
"Duncan, el frailecillo valiente". Desde el comienzo del proyecto
iba a estar dispuesto en la contraportada, así que los cuatro elementos que rodean
al archipiélago debían ser evocadores, pero sin revelar en demasía el contenido del interior.
Una cruz
islandesa, -lo suficientemente ambivalente como para servir de crucifijo y de
martillo del dios Thor-, me sirvió para la rosa de los vientos de la parte superior izquierda. En ella, el Norte está
simbolizado por un lobo, pueda ser el mismo Fenrir, y este punto cardinal es,
en sí mismo, un personaje más de esta extraña saga. El Norte, condena y
salvación a un tiempo, con sus vientos, nubes y niebla.
La personificación de esos elementos ocupa la esquina
superior derecha. El viento sopla a la contra, -o al menos en el sentido
tradicional de lectura-, entorpeciendo el avance, no sólo de la lectura, sino
de la propia vida. Un archipiélago rocoso, de acantilados, sin árboles, que
sólo puede ser paraíso para las aves acuáticas como los frailecillos, será el
reino donde tenga lugar nuestra acción.
La vida animal, auténtica
protagonista del relato, está representada, en este caso, por una ballena. No
aparece ninguna en el cuento, pero el objetivo era evocar sentimientos y
sensaciones. Las ballenas, esas islas en movimiento, -esos monstruos
encantadores de los mapas de la Edad Moderna-, simbolizan la majestuosidad y la
enormidad del océano y de sus habitantes. También evocan, en este archipiélago
que tantas semejanzas tiene con las Islas Feroe, el (ahora) "infame"
Grind, la caza que de las ballenas piloto se realiza todavía y que tanta ira
despierta entre los activistas verdes y "Sea Sepherds". Algo de todo
eso hay, si bien plasmado de otro modo, en el las páginas del interior.
El drakar,
por último, al pairo, con el velamen recogido y desierta la cubierta, es a la
vez símbolo y un elemento fundamental en la acción del relato. La proa con forma de dragón estaba destinada a amedrentar a los espíritus -y suponemos que a las gentes- de las tierras a las que se acudía con intenciones saqueadoras. Su sola silueta
trae a la memoria todo el pack: los (falsos) cascos con cuernos, las barbas
pelirrojas trenzadas, las hachas, los cuervos, los monjes ahogados en
Lindisfarne y toda la cantinela del "A furore normannorum libera nos
domine". Es, también, el artificio, la creación del hombre para
aprovecharse de esos vientos y domar las olas.
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